LXXXV Odio y amo. Tal vez preguntes por qué lo hago. No lo sé, pero siento que así y sufro. Vivamos, Lesbia mía, y amémonos. Que los rumores de los viejos severos no nos importen. El sol puede salir y ponerse: nosotros, cuando acabe nuestra breve luz, dormiremos una noche eterna. Dame mil besos, después cien, luego otros mil, luego otros cien, después hasta dos mil, después otra vez cien; luego, cuando lleguemos a muchos miles, perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos al saber el total de nuestros besos. * * * Viuamus, mea Lesbia, atque amemus, rumoresque senum seueriorum omnes unius aestimemus assis. Soles occidere et redire possunt: nobis, cum semel occidit breuis lux, nox est perpetua una dormienda. Da mi basia mille, deinde centum, dein mille altera, dein secunda centum, deinde usque altera mille, deinde centum. Dein, cum milia multa fecerimus, conturbabimus illa, ne sciamus, aut nequis malus inuidere possit, cum tantum sciat esse basiorum. BESOS A LESBIA VII Me preguntas, oh Lesbia, cuántos besos tuyos me sean suficientes,cuántos me sean demasiados. Cuan gran número de arena de Libia yace en Cirene, de laserpicïo plena, entre el oráculo del ardiente Jove y el túmulo del anciano Bato; o cuantos astros nos ven, al callar la noche, enredados en amoríos; sólo esa cantidad satisfará a Catulo el loco, y demasïados serán, y afortunados, que ni contarlos podrán los curiosos ni con sus malas lenguas hechizarlos. Carmen 11 Furio y Aurelio, compañeros de Catulo, si este ha de internarse en los extremos de la India donde la orilla por la ola oriental de extendidos ecos es azotada, o si va hacia los hircanios o los delicados árabes o los sagas o los arqueros partos; o a las llanuras que matiza el Nilo de siete bocas, o si ha de atravesar los elevados Alpes visitando los monumentos del gran César, el Rhin gálico y los lejanos y horribles britanos si todo esto, si cualquier cosa que manifieste la voluntad de los dioses celestiales, estáis preparado para intentar a la vez, anunciad a mi amada estas pocas, no buenas palabras: que disfrute y lo pase bien con sus trescientos amantes que retiene abrazados todos a la vez, sin amar verdaderamente a ninguno pero de todos sin cesar reventando la entrepierna; y que no atienda, como antes, a mi amor que por su culpa murió como del prado la última flor, que ha perecido después que la ha golpeado el arado que pasa.
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